
El jueves pasado era la fecha en la que nos íbamos a Nueva York. Salíamos desde Alicante haciendo escala en Madrid.
A las 8 y media ya estábamos en el aeropuerto. Fuimos los últimos en llegar (y eso que el avión no salía hasta las 9:45).
Por todos es conocido mi poco amor (por no decir odio) a los aviones. Para empezar, la chica que daba las tarjetas de embarque nos puso separados a Gloria y a mí. No sólo en este vuelo sino también en el de Madrid-Nueva York. Menos mal que luego se pudo solucionar el entuerto.
Ya con mi Trankimazin en el cuerpo, me senté en mi butaca. A la derecha me tocó un señor que amablemente le cambió el sitio a Gloria. A la izquierda me tocó de compañero, un policía nacional que iba hacia México. Resulta que trabajaba en la embajada de España de escolta del embajador.
Me estuvo contando batallitas de todos los países en los que había prestado sus servicios (siempre de escolta del embajador español). El tío estuvo en Bolivia, Pakistán, Mauritania, algún otro país que ahora no recuerdo y finalmente en México. Más de 10 años de un país a otro. Vaya vida! Según me contó, en octubre volvía para quedarse en Cartagena ya que su mujer le había dado el ultimátum.
El caso es que hablando, hablando se me pasó el viaje enseguida. Vuelo muy tranquilo.
Llegamos a Madrid con los 15 minutos de retraso con los que habíamos partido de Alicante. Una vez allí nos fuimos a tomar un café y desde ahí, comenzamos un largo peregrinar por Barajas hasta llegar a la terminal 4S.
Pasaba el tiempo y se acercaba el momento de despegar hacia Nueva York. El avión (de Iberia) iba hasta arriba. Era una Airbus 340 de 8 asientos por fila.
A esa altura ya me había tomado otro Tankimazin y un Valium. Nada más despegar, el comandante nos anunció que el viaje duraría 8 horas en vez de las 8 horas y 10 minutos previstas. También comentó que habíamos despegado con un peso de 288 Toneladas (muy salao el comandante) y en unas 5 horas llegaríamos a una zona de turbulencias. Qué buen rollo, pensé para mis adentros!
El caso es que a los 25 minutos de despegar ya nos habían servido la comida (bastante mala, por cierto) y las temidas turbulencias no lo fueron tanto ya que el avión se movió bastante poco.
Una hora antes de llegar nos dieron una merienda bastante triste y luego la voz del comandante anunció que por problemas de tráfico íbamos a estar una media hora dando vueltas sobre NY. Ahí fue cuando se animó la fiesta porque en NY hacía un viento tremendo.
El avión empezó a dar unos tumbos bastantes desagradables pero al fin tocó tierra.
Una vez los pies estaban posados sobre tierra firme comenzó el pesado trámite de entrar en los Estados Unidos. No me extraña que haya gente que no vaya a EEUU sólo por el hecho de tener que pasar la aduana. Menudo coñazo. Tras una larga espera, Gloria y yo fuimos elegidos para pasar un segundo control. Nos tuvieron un par de minutos sentados y, al rato, nos dijeron que ya nos podíamos largar.
Os aseguro que se pasa un mal rato.
Luego terminamos de redondear la fiesta dejándonos olvidada una de las tres maletas en la zona del control de aduana.
Cuando intenté volver hacia atrás, una policía negra me pegó un gritó dejando muy claro que si había perdido u olvidado algo, tenía que ir a objetos perdidos pero que no se me ocurriese dar un paso hacia atrás.
Allí encontramos una señora muy amable que se encargó de buscar la maleta y posteriormente encontrarla. Por supuesto, tuvimos que esperar un buen rato hasta que abrieran la maleta y comprobaran que no había nada peligroso en ella.
El tema de la seguridad en los aeropuertos americanos es duro.
Finalmente llegamos al hotel
(Vincci Avalon) donde nos duchamos y nos tomamos una cervecilla mientras esperábamos a todo el grupo para poder ir a cenar. La cerveza, en esta ciudad, ronda los 7$ sin impuestos ni propinas. O sea, unos casi 9$. Una risa.
Una vez todos estábamos arregladitos nos fuimos a dar una vuelta por los alrededores antes de coger los taxis para ir al restaurante. Vimos el Empire State, nos dimos una vuelta por Times Square y a intentar coger un taxi.
La ciudad está llena de taxis pero es muy difícil pillar uno libre en hora punta y no tan punta. Además, subir en taxi está considerado deporte de riesgo. La velocidad con la que conducen los taxistas es acojonante. Ni intermitentes ni nada parecido. Es más lógico pasar miedo en un taxi de NY que en el avión que te lleva a esta ciudad.
En cuanto a los precios del taxi, están bastante bien de precio pero hay que tener en cuenta los atascos. Los hay, y muy gordos.
El caso es que llegamos sanos y salvos al restaurante a cenar. El lugar en cuestión se llama
River Cafe. Se encuentra bajo el puente de Brooklyn y tiene unas vistas espectaculares. Se ve toda la ciudad iluminada y el puente de Brooklyn desde su salón o terraza. Alucinante.

Tiene una estrella Michelin. Está decorado de lujo y el servicio es muy atento. Tiene pianista incluido y está decorado muy elegantemente. Obligado el uso de chaqueta.
En cuanto a la comida, yo salí muy satisfecho porque lo que pedí estaba estupendo (tartar de ternera de Waygu y costillar de cordero al horno) aunque al resto de la gente no le gustó demasiado. Mucha salsa y rebozado que fastidiaban y enmascaraban el maravilloso producto que estaban comiendo.
En este restaurante hay dos modalidades a la hora de pedir: un entrante, un plato y postre por 98$ o menú degustación de seis platos por 125$. Todo esto sin impuestos incluidos y sin propinas. El vino aparte. La botella más barata que hemos encontrado en un restaurante de NY tenía un precio de 45$ antes de impuestos y propinas. Mal país para los amantes del vino.
En resumen, restaurante espectacular con unas vistas alucinantes, con buena comida pero con un estilo de cocina que, por lo allí visto, en España no creo que convenza. Carísimo.
Al terminar, vuelta en taxi al hotel (un poco más tranquila ya que no era hora punta) y a dormir totalmente reventados porque para nosotros eran las 6 de la mañana con el maldito cambio horario.